ISSN 2767-1844
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SIBERIA EN TRES MOVIMIENTOS

Primer movimiento: la filiación

En un primer movimiento, debo decir que Daniela Alcívar (Guayaquil, 1982) forma parte por méritos propios de una nueva y extensa hornada de escritoras latinoamericanas, y aquí me gustaría destacar a la argentina Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978), a Claudia Apablaza (Rancagua, 1978) o a Valeria Luiselli (CDMX, 1983). Pero a esos nombres querría unir los de la ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil. 1988), la caribeña Rita Indiana (Santo Domingo, 1977) o la boliviana Giovanna Rivero (Montero, 1972), presentes en una larga lista que sería injusta y que prefiero no continuar. Es evidente que la literatura escrita en femenino en Latinoamérica goza de buena salud. Resulta evidente que la mujer ha reclamado tener un papel de mayor protagonismo en la sociedad en esta última década. Que la visualización de este proceso, que podemos considerar global, en Latinoamérica se haya articulado en torno a la literatura se explica a partir de la estructura de esa sociedad poliédrica, diversa de un país a otro, pero a la vez común en sus tensiones sociales. En el subcontinente latinoamericano la escritura aún sigue siendo una forma de adquirir visibilidad social y las pulsiones que recorren el mundo se suelen articular en formato literario. Ya ocurrió en la década de 1960. Entonces el vendaval mediático y comercial que supuso la cultura pop en todos los ámbitos se tradujo en una generación de escritores conocidos mundialmente bajo la etiqueta del “Boom latinoamericano”, con la connivencia del mercado cultural, como nos recuerda García Canclini. Aquel fue un movimiento exclusivamente masculino, que arrinconó a las escritoras que habían participado, y hasta obvió contribuciones estéticas al movimiento tan destacables como las de Elena Garro o Rosario Castellanos. Ahora las mujeres han logrado voz y visibilidad en la literatura hispana, por méritos propios. Aunque méritos no les faltasen a sus predecesoras, ahora es más difícil arrinconarlas con la excusa del género.

     Ahora bien, ¿es la voz femenina suficiente para incluir en una misma categoría una serie de propuestas narrativas como las que presentan las autoras citadas? Como afirma la artista Iratxe Larrea Príncipe (Bilbao, 1972) para el campo artístico: “Hay muchos feminismos, o muchas obras distintas que se agrupan bajo ese término” y cuyas propuestas no coinciden. Y eso ocurre también con las escritoras latinoamericanas contemporáneas. Si tuviera que relacionar Siberia. Un año después, la novela de Alcívar con propuestas que apuestan por la extrañeza, como la de Schweblin o Rivero, o con la ciencia ficción y la hibridación de géneros que desarrolla Indiana, o con la ficción pura de Ojeda, lo tendría difícil. Es necesario, por tanto, un acercamiento más afín a la obra, para saber de qué estamos hablando, con qué se enfrentará la persona que llegue hasta las páginas de Siberia. Para eso inicio el segundo movimiento.


Segundo movimiento: la genealogía

A modo de simplificación, iniciaré este movimiento diciendo que Siberia es un producto de la escritura del yo en donde el cuerpo juega un papel fundamental. La voz de Alcívar está en sintonía con otras voces íntimas, no siempre femeninas, como la de su maestro, el argentino Alberto Giordano, y eso ya mapea la propuesta. Si este habla en todos los diarios de su padre, de la figura del padre, presente en todo momento en su literatura, Alcívar habla del hijo. Pero lo hace con una voz mediada por el cuerpo, por la entraña que transitó ese ser, y esa diferencia, la del cuerpo frente a la de la memoria, es la que afina la voz de mujer de la narradora.

     En el texto se narra un episodio muy puntual pero no exento de dramatismo: el nacimiento y posterior muerte del hijo de la autora, que nace de sus vísceras con vida para alejarse de ella a manos de los miembros del personal sanitario del hospital y no regresar ya. Este hecho condiciona por completo el resto de la existencia de la voz narradora, incluso sus recuerdos anteriores, que se evocan impregnados de esa tristeza. La escritura del trauma y el peso de las entrañas en cada una de las palabras que el texto articula pone a Siberia en diálogo con Nueve lunas, la crónica del embarazo de la escritora peruana Gabriela Wiener (Lima, 1975). Sin embargo, Siberia no es una crónica sino una novela autobiográfica que juega con ese género y con otros; una novela autobiográfica con un yo femenino e íntimo, en el que el cuerpo tiene un papel fundamental. Una persona lectora que se acerque a Siberia sin conocer de nada a Daniela Alcívar, lo que encuentra es un texto con el andamiaje de una novela. En palabras de Eduardo Ruiz Sosa, es “la novela de lo íntimo, de lo que en apariencia es pequeño”. Por eso y por la importancia de lo corporal, encuentro hilos que la relacionan con otra Gabriela, la ecuatoriana Gabriela Ponce (Quito, 1977), autora de otra novela narrada desde las entrañas: Sanguínea. Pero Ponce encara lo corporal desde el deseo y la transgresión, y no desde el dolor. Como vemos, construir la genealogía de este texto, de cualquier texto, resulta más difícil de lo que parece. Las etiquetas y las genealogías pueden ser una brújula para un primer acercamiento. Pero se tercia la lectura, el enfrentamiento con el escrito sin más intermediarios que la mochila personal de quien lo lee. Y ese es el tercer movimiento.

Tercer movimiento: el análisis

Siberia arranca con una alusión al maltrato, y a la dificultad de gestionarlo para una mujer que ama a sus parejas (pp. 10-11). La trama que se orquesta en torno a las relaciones sentimentales de la narradora, en torno al Díaz, en torno a Julián, se me antoja dirigida por esas dificultades emocionales y su gestión, también lo real de los recuerdos, que se entrelazan con los sentimientos. Todo ello lo articula Alcívar a partir de la descripción, muy detallada, de los estados psicológicos de la narradora: “Doy cada paso con la seguridad de que en cualquier momento toda esa exterioridad me va a tragar, de que no va a quedar huella de mi paso por la tierra.” (p. 42) Esos estados psicológicos quedan desde el inicio ligados al trauma por la pérdida del hijo, y por el cuerpo: “Llevo en el vientre una herida, y por dentro el útero hendido. Lo siento en el ombligo, y desde el ombligo en línea recta vertical hasta la vagina. La línea horizontal que bordea como una aureola mi pubis me recuerda implacable, cruel, que me sacaron del vientre mi pequeño hijo, que lo vi apenas un segundo y lo escuché gemir.” (p. 48) Esa descripción psicológica incluye una crítica al feminismo establecido con la lectura de una novela de “tono intimista, femenino, calculadamente fragmentario, con la dosis justa —la justa combinación— de recuerdo e iluminación, con el apreciado sufrimiento postdivorcio y la ambigüedad de la maternidad en la soltería.” (p. 53). La narradora se ve interpelada y criticada por esa mirada estandarizada de la feminidad contemporánea. En ese contexto, posterior al drama, evalúa sus recuerdos y esboza escenas de vida cotidiana, en una narración de las cosas pequeñas. Es entonces cuando emerge Siberia, una explanada emocional de dolor, árida y desierta, en la que vive la narradora, un entorno rural: la finca familiar. Desde ahí pretende rehacer su vida con el recuerdo del hijo muerto muy presente, y con la ayuda de un ser muy real, aunque también simbólico: un perro al que la narradora pone el nombre de Gustavo, y que ha salvado de una tortuosa atadura (p. 80). Los animales: Gustavo, las perras, son los seres de los que se rodea para sobrevivir. Y me parece observar una conexión entre la voz narradora y el perro, ambos entregados al abandono. La novela finaliza un años después —de ahí el título—. Para entonces, la voz autorial ha iniciado una lenta recuperación. Aún está la herida, la perdida, que se gestiona a través del cuerpo: “Que no es una obsesión, […] que no está en mi cabeza, está en mis uñas, en mis tripas, en mis piernas, en cada vena, en cada palmo y en la línea púrpura que me recorre de principio a fin”. (p. 153) Pero lentamente, parece haber un retorno a la vida, a la cotidianidad tras el trauma. 

     Y es ahora cuando viene el juicio, la consecuencia lógica del último movimiento. Desde el primer momento en el proceso de lectura de Siberia recordé a la Annie Ernaux de Memoria de una chica, la novela autobiográfica sobre su primera relación sexual, que más bien fue una violación, y su dificultad para gestionarla en un mundo machista, de la misma forma que abundan las críticas a un tipo de feminismo, estandarizado en la figura de Simone de Beauvoir, y se describe el retorno a una cierta cotidianidad para encauzar el trauma. En su último libro: La máscara o la vida, Manuel Alberca cita a Ernaux como uno de los exponentes de lo que él denomina “nueva autobiografía”. Son autores que excluyen en sus obras la ambigüedad y la falta de compromiso de la autoficción. Y me ha parecido ver buena parte de esos rasgos en la escritura del cuerpo de Alcívar, en la gestión de las emociones. Es desde ahí, desde la diversidad y las matizaciones, que la diferencian de unas obras y la entroncan con otras autoras, desde donde doy valor a una novela con voz femenina como Siberia, una voz que le pertenece al cuerpo y que no es la misma que se puede encontrar en la obra de otras narradoras. En caso contrario, esa hornada de escritoras latinoamericanas de las que hablaba al principio no sería más que un lugar común, cargado de tópicos, los tópicos que sus críticos suelen asociar al feminismo. No es el caso.

RESEÑA

"Es desde ahí, desde la diversidad y las matizaciones, que la diferencian de unas obras y la entroncan con otras autoras, desde donde doy valor a una novela con voz femenina como Siberia, una voz que le pertenece al cuerpo y que no es la misma que se puede encontrar en la obra de otras narradoras".

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Siberia. Un año después
Daniela Alcívar Bellolio (Candaya, 2020)

Reseña de Carlos Gámez-Pérez     / Publicada en Mayo, 2021

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