ISSN 2767-1844
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“Patria”. Óleo sobre tela 13,5 x 12 cm 2020 (Clic para agandar).
Entre el cielo y el horror
(Sobre tres cuadros de Salima Black)
Por Tomás Prochazka    / Publicado en Mayo, 2021

"En un ejercicio de worldbuilding personal, Salima se autorretrata indirectamente, construyendo exclusivamente con las piezas que la formaron. Esa mezcla particular de gustos, nostalgias y referentes es la mejor apuesta para crear con ganas lo que se llamará original".

[LA NEGACIÓN DEL HORROR]


¿Qué está pasando en esta escena? La luminosidad del protagonista nos obliga a comenzar por él: en un entorno artístico donde la mujer sigue siendo el símbolo más recurrente de la belleza, Salima resiste la corriente celebrando y encontrando esa misma delicadeza en la forma del hombre. Detrás, en el fondo, tratamos de discernir lo que a primera vista parecería un garabato. Mirando bien, un recuerdo cae al agua. Como la memoria humana, el recuerdo ya no está en su forma más reconocible. Es algo más parecido a la nostalgia real, que pierde definición con los años. Batidas, casi licuadas, están las partes del Eva, el cyborg protagónico de Evangelion, un célebre anime de los noventas con el que creció nuestra generación. El extracto, si bien expertamente integrado a la paleta del cuadro, mantiene sus colores planos, respondiendo a su propio universo y lenguaje animado. Al mismo tiempo, abajo pero sin querer robar atención, un dibujo lineal propone un enigma extra, para el curioso que lo busca. Otro, dibujo, también del mismo país pero tradicional, se contrapone al lenguaje moderno y redondea el legado artístico japonés en la obra. 

     Esta selección, que quizás podría parecer aleatoria, está coronada por una paleta de color que también tiene un origen propio: el llamado City Pop fue un movimiento musical que emergió en el mundo urbano de Japón en los setentas, y llegó a su pico en los ochentas (nacido a la vez del JPop, el pop occidental y la música tradicional japonesa), música de melancólica modernidad y celebración tecnológica, alrededor de la cual existía esta misma estética de azules profundos, cianes y magentas en colores planos y gradientes.

     Entonces, ¿qué está pasando en el cuadro? Esta nunca fue la pregunta correcta. Si bien el título, “La negación del horror”, nos da una pista, los elementos han podido ser otros. Propongo ver este lienzo no como un escenario, sino más bien como un banquete. Es un espacio de remix y todas las pistas apuntan a las influencias de la autora. En un ejercicio de worldbuilding personal, Salima se autorretrata indirectamente, construyendo exclusivamente con las piezas que la formaron. Esa mezcla particular de gustos, nostalgias y referentes es la mejor apuesta para crear con ganas lo que se llamará original. Una pieza hecha con sinceridad y no siguiendo modas es una ventana al imaginario de la artista, que se abre sin pedir permiso ni perdón, y cuyo contenido interactúa entre sí hablando el lenguaje común de la autenticidad.



Ver también: Akira Chinen sobre María Abaddón.

Clic para ver el cuadro completo: "La negación del horror". Óleo sobre lienzo, 183 x 130 cm., 2020. Derecha: tres detalles.

"La conquista del cielo". Óleo sobre lienzo, 136 x 85 cm., 2020. Derecha: detalle. (Clic para agrandar).

[PATRIA]    

Se oyen gritos enloquecidos. Fragmentos de lo que pudo ser un rostro se derriten en los colores rojo blanco y rojo de una patria lastimada y aún así el cuadro no está codificado como horror. El contraste entre la monstruosidad del sujeto y el fondo en un clima apacible crean este conflicto. Pero no acaba ahí: el pintor que lo mira con cuidado reconocerá que Salima se ha tomado la libertad de pintar el cielo con un azul más oscuro que el que podemos ver en el día. ¿Es de noche? La nube empastada con blanco puro  insiste tercamente en que el sol ha salido. De ese modo, mientras el fondo vive en batalla consigo mismo, el sujeto está en guerra con el campo de batalla.

     Tenemos la tentación de complementar la experiencia con música, tal vez una canción igualmente definida por sus contrapuntos: yo invocaría “Burn the Witch”, de Radiohead. Bonita y al mismo tiempo tensa y ominosa, navegando entre la belleza y la locura. Es en esa cualidad turbia que yace la particularidad de este cuadro, lo que lo separa de un mero comentario político, o una pieza simplemente decorativa que pueda complacer a la mayoría (sin fascinar a ninguno).

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La pintora limeña Estephanie Jaime (1989) firma sus cuadros con el nombre de Salima Black. Graduada hace siete años de los programas de bachillerato en pintura y dibujo de la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes, su carrera tuvo un rápido inicio, con tres exposiciones individuales en apenas dos años, seguidas por veintiséis muestras colectivas, siete premios locales y su participación en muestras en Washington, DC, y el Institut Für Alles Mogliche, en Berlín, Alemania. Su trabajo actual implica una intención de dar forma al viejo conflicto humano de la razón y las emociones, a través de metáforas visuales de carácter lírico. Combinando personajes de género indefinido y de aspecto realista con elementos simbólicos, a veces tomados del pop japonés de los ochentas y noventas, crea representaciones surreales que apuntan a producir un sentimiento de catársis al que llama, simplemente, "limpeza mental".

[LA CONQUISTA DEL CIELO]    

Nuestro recorrido por esta composición comienza por el fondo, que contrasta de manera sencilla pero con un plan lineal inusual. Este cuadro nos atrapa pero no porque bloquee la mirada del espectador y le impida escapar por alguna de sus cuatro esquinas, sino porque lo expulsa por las cuatro. Arriba hay un semicírculo definido por esa "U" que forman las nubes claras sobre el cielo oscuro. Abajo, otro semicírculo queda señalado por la superficie sobre la cual el personaje se arrodilla. Es la tensión entre estas dos curvas la que atrapa al espectador en el centro del cuadro de una manera inesperadamente efectiva.

     Esto nos lleva a la figura central. Aquí Salima encuentra otra solución inusual. La manera más directa de forzar nuestra atención sobre el protagonista sería contrastarlo con el fondo mediante superposiciones de claridad y oscuridad. Donde el fondo es claro, la figura debería ser oscura; donde el fondo es oscuro, la figura debería ser clara. Salima hace exactamente lo contrario: armoniza la figura con el fondo: ópticamente, la camufla. Deja que sea el contraste de tinte, el hermano débil del contraste de tono (cantidad de oscuridad o claridad), el que cargue con el trabajo pesado de llevarnos a detectar al protagonista. Son esos rojos incandescentes los que nos tienen que guiar.

     A primera vista, esa falta de contraste podría ser una oportunidad perdida. Pero hay una muy buena razón para ella. El juego (la animación de esta escena) es la dinámica de las nubes a lo largo de esa primera línea semicircular. Si le pudiésemos poner play al cuadro, las nubes tomarían turnos para ocupar el lugar de la cabeza del personaje, que, en un giro surrealista, no tiene una propia. Un personaje cuya silueta destacara demasiado cortaría esa fluidez, atascando la verdadera historia, una de aire, no de gente, una “conquista del cielo”. De esta manera, el efecto de armonía entre figura y fondo no solo refuerza la naturaleza etérea del personaje: soluciona de manera elegante el problema de llevarnos a la verdadera alma dinámica del cuadro.

Todos los textos son propiedad intelectual de sus autores. / El website es propiedad intelectual de La Vaca Profana & Gustavo Faverón Patriau. / La Vaca Profana es un mamífero imaginario sin fines de lucro.

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ARTES

[Cada cierto tiempo, La Vaca Multicolor le pide a un artista plástico que elija a otro, de su generación o menor, que le parezca no solo promisorio sino incluso admirable, y luego escoja un cierto número de obras de ese artista y escriba comentarios sobre ellas. En esta ocasión el pintor Tomás Prochazka eligió las siguientes piezas de la joven pintora peruana Salima Black.]