ISSN 2767-1844
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Cartas del Preste Juan
Por Carlos Yushimito
Estética
covidiana

Por Mónica Belevan

"Pienso si acaso no ocurre algo similar en la literatura. Quiero decir, si existe esa belleza ideal (¿los ganadores de los Nobel?, ¿los superventas?) en el universo literario y si el resto de escritores usamos subterfugios para disimular nuestra no adecuación a ese ideal estético y artístico".

COLUMNA

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Me gusta fijarme en esas chicas que vienen a pasear o a darse un baño en la playa. Existen pocos lugares donde el ejercicio de la antropología resulte tan placentero. Una de ellas viste una camisa blanca. Por qué. Es guapísima y tiene una figura impresionante. Cuando por fin se la quita para darse un baño junto a sus amigas veo que usa una parte superior de bikini con volantes. Ahora soy consciente de ello. Sus pechos son pequeños y ella pretende disimularlo. No entiende que ya es perfecta así, que no necesita pechos más grandes, pero ella se mira en un ideal de belleza con el que no guarda correspondencia y trata de paliar esa disimilitud haciendo uso del maquillaje textil. Observo los pareos que esconden traseros demasiado pequeños o demasiado grandes, bañadores que disimulan vientres ya no tan firmes... La moda de baño es cruel con los que aspiran al ideal corporal. Ha llegado un momento en el que soy capaz de averiguar la imagen que una mujer se hace de su cuerpo (de sus supuestas imperfecciones) por el modo que tiene de disimularlas. Dicho de otra manera, el disimulo se me ha hecho mucho más elocuente que la propia desnudez. De hecho, mi observación culmina en una hipótesis que no estimo descabellada y es que solo podemos representarnos ese ideal de belleza a través de aquello que estas mujeres censuran en sus cuerpos, no de manera positiva sino a través de una negación y tachadura sucesiva de rasgos físicos. Creo recordar que el hinduismo, en su búsqueda de una definición coherente de la divinidad, hace uso en sus vedas de una similar estrategia de teología negativa: “no es esto, ni tampoco aquello…”.


            Me tumbo ahora sobre mi esterilla y, bajo el sol del verano, acunado por el estribillo de las olas, pienso si acaso no ocurre algo similar en la literatura. Quiero decir, si existe esa belleza ideal (¿los ganadores de los Nobel?, ¿los superventas?) en el universo literario y si el resto de escritores usamos subterfugios para disimular nuestra no adecuación a ese ideal estético y artístico. Puede ser. Desde luego que existen escritores desacomplejados que muestran sus carnes sin pudor, con mayor o menor éxito. Sin embargo otros disimulan (o disimulamos). ¿Cuáles son sus estrategias, cuáles son los equivalentes del pareo o la camisa holgada en el universo literario? Dejo que el calor del sol inunde mi piel, como si conectándome a su poderosa energía fuera a resolver ese enigma. Y sí, algo viene a mi cabeza. Nebuloso al principio, va ganando bajo mis párpados cerrados una paulatina nitidez. Es una idea que refulge con un brillo plateado, como el lomo de un pez en el océano de mi conciencia. Consiste esta —ese singular pensamiento— en que el disimulo de nuestras imperfecciones literarias ha de efectuarse —como las prendas adheridas al cuerpo— a través de elementos ajenos a lo literario y que estos no pueden ser otros que añadidos teóricos. Sí, todos conocemos escritores que elaboran un discurso alrededor de su obra y que es ese exoesqueleto teórico el que nos hace cobrar conciencia, a un tiempo, de un déficit connatural a su propia literatura. ¿Significa esto que su literatura sea mala? No necesariamente, pero sí es cierto que el alarde teórico me parece un síntoma de una disconformidad con la propia producción, un disimulo de una imperfección tal vez imaginaria. ¿Hace eso que la teoría resulte sospechosa o —peor aún— innecesaria? Todo lo contrario. Sin esos velos teóricos tras los que los autores encubren sus obras no sabríamos en qué consiste la auténtica literatura, la verdadera belleza de la literatura. Y bueno, más o menos satisfecho con mis conclusiones, me levanto de mi esterilla y me encamino hacia el agua para refrescar mi cuerpo acalorado. Meto barriga en mi breve paseo hacia las olas, tal vez porque mi literatura está llena de michelines.