Murió mi eternidad y estoy velándola.
"La violencia de las horas"
César Vallejo
La última vez que la abuela Gironda murió iba con un tupé alto que parecía un ala de pájaro petrificada y le volaba sobre el lado derecho de la frente. El resto del pelo lo llevaba en rulos. Ayúdenme que me muero, dijo, como siempre cuando se moría.
En la velación encontrábamos todas las veces al mismo muchachito de lentes que no era de la familia y que se reía por lo bajo mostrando las encías. La última vez que la abuela Gironda murió ese muchacho ya estaba viejo. Y ya no reía.
Cuando la abuela Gironda estaba agonizando le dejamos claro que era la última vez, que estábamos cansados, que si la volvíamos a ver viva haríamos como quien puse y no aparece. La abuela Gironda nos sacó la lengua blanca y pastosa de comer chuches.
Las tórtolas torcazas que la abuela Gironda criaba en la lavandería se pusieron como locas ese día y se clavaron las garras unas a otras en el pecho, pero dejaron las alas intactas.
Madre dijo que era la pena.
Padre dijo: ¡Dios mío! Cállate ya.
Cuando llegó el reverendo Robles, ya lleno de manchas marrones en la calva, le dio la unción y le dijo: Caramba, Gironda, si te vuelves a escapar te mueres en pecado, que subir tanto hasta aquí me ha dañado las rodillas. Tengo los meniscos que dan pena, hija. La abuela Gironda sonrío mostrando los dientes rotos todos convertidos en colmillos.
Para el entierro nos vestimos de negro y madre nos obligó a las nietas a usar velos bordados en la cabeza por donde veíamos el mundo a retazos. En el cementerio encendimos las velas de muchas tumbas y robamos flores, claveles y crisantemos, algunos de plástico ¡qué mal gusto! y las lanzamos en la cara de la abuela mientras descendía dentrodel ataúd abierto mostrando el tupé tan duro que lastimaba verlo.
Vete, le decíamos.
Vete de una vez.
Al llegar a casa tapiamos todas las puertas y ventanas y pusimos veneno en el jardín y en las canaletas. Toda precaución es poca contra los majaderos.
CUENTO
La abuela
Por Natalia García Freire / Publicado en Agosto, 2021
La novelista ecuatoriana Natalia García Freire es autora de Nuestra piel muerta.
"Para el entierro nos vestimos de negro y madre nos obligó a las nietas a usar velos bordados en la cabeza por donde veíamos el mundo a retazos. En el cementerio encendimos las velas de muchas tumbas y robamos flores, claveles y crisantemos, algunos de plástico ¡qué mal gusto!".