ISSN 2767-1844
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Todos los textos son propiedad intelectual de sus autores. / El website es propiedad intelectual de La Vaca Multicolor & Gustavo Faverón Patriau. / La Vaca Multicolor es un mamífero imaginario sin fines de lucro.

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ENSAYO

Tony Soprano visita Bowdoin College, hogar de La Vaca Multicolor.

Es imposible no amar a Tony Soprano y su gesto de cansancio cuando se queda mirando a los patos de su piscina. Tony Soprano es un buen hombre y un buen vecino. Todo lo hace por el bien de su familia. Tony Soprano es trabajador y emprendedor, y tiene mil cosas en la cabeza porque eso es la vida: problemas; y llega agotado a casa por las noches, dándole vueltas a esto y a lo otro, pensando siempre en lo mejor para su negocio, lo mejor para su mujer y sus hijos.

            La casa de Tony Soprano es grande de verdad y está decorada con pésimo gusto (no como esas casas minimalistas de los pijos de la Ivy League) y está bien protegida contra cualquier amenaza. Se podría vivir mil años en esa casa viendo a los patos nadar en la piscina como un milagro incomprensible. Se podría ser feliz en esa casa, donde hay dinero en sólidos billetes, escondido para los malos tiempos, en todos los rincones.

            Tony Soprano tiene una camiseta con la cara de Margaret Thatcher y con la siguiente frase: “No existe la sociedad. Solo existen los individuos y la familia”.

            Digan lo que digan, Tony Soprano es una buena persona que hace lo que puede. Cuando se acuesta y se queda mirando el techo, todos sabemos lo que está pensando porque su gesto de preocupación es el mismo que encontramos en el espejo cuando apagamos la tele y nos cepillamos los dientes antes de acostarnos.

            Tony Soprano tiene sobrepeso y el pelo engominado, igual que mi vecino, el que vive al final de la calle. Mi vecino es un político corrupto que ha estado implicado en oscuros negocios inmobiliarios que han convertido espacios naturales protegidos en terreno urbanizable; mi vecino es sospechoso de todo tipo de maniobras que siempre terminaban convirtiendo dinero público en ingresos privados, para él y para los suyos. Mi vecino es respetado y amado y en la cafetería todo el mundo comenta que tal vez, sí, ha hecho o ha dejado de hacer, pero que es una buena persona y que siempre se ha encargado de que a su familia no le falte de nada. No es de esos que se lo gastan todo en putas, ya sabes, y en cocaína. Es un buen hombre, mira cómo cuida de su madre enferma, que no le falta de nada.

            Tony Soprano tiene una camiseta con la cara de Belén Esteban y una frase que dice “Yo, por mi hija, MATO”.

            Tony Soprano es el único héroe sensato cuando la idea de sociedad como espacio de bien común y solidaridad es algo que solo queda para panfletos de Facebook y manifestaciones de perdedores de la escuela y de la sanidad pública que miramos con aburrimiento en el telediario de las nueve.

            Tony Soprano podría haber inventado el insulto “buenista”.

            El mafioso, el traficante como condensación abreviada y fulminante del self-made man, del espíritu emprendedor (que ya se enseña a los niños en las escuelas), es el héroe de este mundo de la sagrada libertad del comercio y el sálvese quien pueda. Cuando Tony Soprano se enciende un puro y pone esa cara, lo único que podemos hacer es amarlo y comprar camisetas con su imagen.

            Tony Soprano entiende el mercado sin necesidad de algoritmos ni estudios de Economía. Hay un producto, hay oferta y demanda, hay competencia a la que eliminar para maximizar beneficios, hay expansión de mercados y oportunidades de negocio en todas partes. Hay la voluntad de emprender y de tener éxito y de ganar cada vez más dinero. Los sobornos son una inversión, una operación económica de una lógica aplastante. Eso lo entendemos todos, desde bien pequeños lo aprendimos.

            En el mafioso se cumple la totalidad del sueño americano que es el sueño del único mundo que importa. Fíjate cómo empezó, un pobre crío de la calle, y mira ahora, qué casa tiene, cómo ama a su familia, qué éxito en su empresa. Hace lo que tiene que hacer, ni más ni menos. Si no lo hace él, lo hará otro. A ver, tú qué harías. Mira, chico, nadie va a hacer nada por ti. No te puedes fiar de nadie. Solo de la familia, sabes, solo estás tú y la familia. Nadie va a ayudarte. No vayas llorándole a nadie. Arregla tus putos problemas, haz lo que tengas que hacer y sé un hombre.

            Cómo no vamos a amar a Tony Soprano, que a veces no puede más con la presión de ser un hombre, de ser un ganador todo el tiempo, de solucionar un problema detrás de otro, y tiene que ir al psicólogo. Cómo no entender esa necesidad de ir al psicólogo, y el deseo oscuro e inconfesable, casi impensable, de dejarlo todo, de descansar un poco, de decir ya está bien, en serio, yo me quedo aquí. Cómo no amar esas sesiones clandestinas en las que Tony Soprano casi reconoce que no puede más, que está tan agotado como nosotros. Cómo no entender a la perfección ese peso de tener que esconder su debilidad ante los demás, en un mundo en el que mostrarse débil es el peor crimen. Avanza o muere, crece o muere: la ideología del tiburón, del Fondo Monetario Internacional, de todas las escuelas MBA. Ningún mafioso o traficante, nunca, en ninguna de las cientos de series y películas que inundan las pantallas, decide que ya está bien, que ya tiene bastante, que para qué va a pelearse por ampliar más su negocio, para qué más calles, más esquinas, más territorio, más clientes. La única opción es crecer sin límites, hasta que los muertos llenan las calles y es el fin del mundo. El crecimiento infinito es completamente necesario y, al mismo tiempo, imposible, catastrófico; qué bien entendemos esa paradoja trágica de las series de mafiosos, mientras nos abrimos una cerveza y un ansiolítico y pensamos en el enemigo de la almohada.

            Tony Soprano es libre porque nunca ha rellenado un papel que contenga las palabras “EXPONE/SOLICITA”. Tony Soprano es libre y digno de ser amado porque no paga impuestos. Admiramos el poder, que es lo que nos falta, y es lo que otorga la verdadera libertad. Nosotros somos objetos pasivos sometidos a las antiguas leyes escritas del Estado y a las leyes naturales del Capital. Nosotros trabajamos, pagamos impuestos y maldecimos, nuestros salarios son reducidos y nuestras jornadas aumentadas, somos despedidos y amenazados con ruinas y desahucios, somos sometidos por dioses que solo algunos fines de semana nos bendicen con un poco de sexo o con la victoria de nuestro equipo. La libertad la ejercemos en el centro comercial, donde podemos elegir entre miles de productos, de mayor a menor conciencia ambiental; la libertad la ejercemos en las plataformas de entretenimiento, donde elegimos ver series y películas de mafiosos y de traficantes.

            Tony Soprano se pone a ver El padrino y no entiende nada. Ese dilema moral de Al Pacino. Ese rollo shakespeariano de elegir entre la ley o la familia. Ah, los años setenta, cuando todavía quedaban algunos hippies colgados de la utopía social, de la paz y la solidaridad. Coppola entendió muy pronto que Al Pacino tenía que elegir a la familia y no la legalidad y la sociedad, porque los sesenta ya estaban acabados y las leyes para garantizar la Libertad del Capital se extendían por el mundo en el esperanto de las divisas. Coppola entendió que venía un mundo de individuos y de familias y de brutalidad en el que ya no habría conflictos éticos más allá del matar o morir, crecer o morir. En ese mundo crece Tony Soprano, que no entiende tanto dilema moral, tantas discusiones con Diane Keaton, porque son conflictos de algo que ya está enterrado, esperando a los arqueólogos.

             Si a Tony Soprano le dijeran que es un “héroe antisocial” pondría esa cara de no entender nada y de pensar que eres un poco gilipollas. Del pirata de Espronceda o de Byron a Tony Soprano: vaya viaje ha hecho esa figura, desde mares tormentosos hasta calles asfaltadas, césped bien cuidado y electrodomésticos de lujo. Cuando su profesor de literatura les leyó "La canción del pirata" de Espronceda, Tony Soprano copió en su carpeta adolescente su propia versión visionaria: “Que es mi negocio mi tesoro / que es mi dios la libertad; / mi ley, la oferta y demanda; / mi única patria, la familiar”.

            No hay ningún “desafío a ninguna moral establecida” (como decía su profesor de literatura) en Tony Soprano. Es uno de los nuestros. Es el sentido común y la lógica del mercado lo que dicta sus acciones, por ilegales que estas sean. Lo difícil es entender la ley, la idea de sociedad, de comunidad, de solidaridad. Los mafiosos siempre son detenidos, al final, por ejercer su libertad de no pagar impuestos. ¿Cómo no quererlos? Jeff Bezos, Florentino Pérez, Tony Soprano y el fontanero que acaba de arreglarme el grifo (sin factura) comparten el mismo odio por los impuestos, los políticos y los sindicatos. Los cuatro votan a la misma opción política, y esto es una maravilla insondable del ser humano.

            ¿Qué te apetece ver esta noche? Mira, este documental sobre los refugiados sirios que... No. Qué rollo. Eso no. ¿Y esta serie? Va de un profesor de química que, ante la perspectiva de la ruina económica familiar que supone sufrir un cáncer en un país sin sanidad pública, se convierte en un capo de la droga. Lo hace por su familia. Todo lo que gana lo ahorra para su familia, para que, cuando él no esté, no les falte de nada. Esa. Pon esa. Tiene buena pinta.


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"No hay ningún “desafío a ninguna moral establecida” (como decía su profesor de literatura) en Tony Soprano. Es uno de los nuestros. Es el sentido común y la lógica del mercado lo que dicta sus acciones, por ilegales que sean. Lo difícil es entender la ley, la idea de sociedad, de comunidad, de solidaridad. Los mafiosos siempre son detenidos, al final, por ejercer su libertad de no pagar impuestos".

La canción de Tony Soprano
Por Diego Sánchez Aguilar    / Publicado en Agosto, 2021