"Si la lógica de transferencia es aplicable al campo de la crítica literaria, a la relación entre texto (o autor) y crítico, paradójicamente emerge momentáneamente por lo menos un sentido de que la crítica literaria es anterior y superior a la literatura".
Así, me inclino a distinguir entre lo esencial y lo no esencial
en cuanto a la reglas de un juego. El juego, uno quiere decir, tiene
no solo reglas sino también un sentido (Witz).
Ludwig Wittgenstein, Investigaciones filosóficas I 364 (traducción de J.B.)
La crítica literaria es una práctica, como el psicoanálisis, guiada por la teoría, y productora de teoría, pero no en si misma teoría. Existe una teoría psicoanalítica, de Freud, Jung, Melanie Klein, Lacan, y otras escuelas en competición. Pero la “verdad” del psicoanálisis emerge solamente en la interactuación del paciente y el analista, a través del medio del habla del paciente. El analista “escucha” al texto producido por el paciente ante su demanda (“dime lo que te ocurre decir”), buscando encontrar no la coherencia que el paciente quiere dar a su discurso o su silencio, sino sus momentos de aporía o autocontradicción o lapso que permiten ver grietas en su narración. El acto de “escuchar”, de negarse a “interpretar” inmediatamente, y solo de vez en cuando intervenir (¿que sientes?), produce un efecto retroactivo: algo emerge que está latente pero no inmediatamente presente en el discurso del paciente ni en la explicación posible que pudiera haber ofrecido el analista. Hay un “plus”, si se quiere, pero ese plus depende de las “reglas” impuestos por la situación de psicoanálisis o psicoterapia. Este es el “Witz” o sentido interior de un campo o un juego a que se refiere la cita de Wittgenstein. Mas allá de esos límites, más allá concretamente del espacio del cuarto del analista y de la relación transferencial entre paciente y analista, ese “plus” no puede aparecer, o no tiene sentido. Es como la plusvalía económica que, como Marx demuestra, no es una cosa en si porque aparece solo dentro de las reglas mercantiles de las relaciones de producción específicamente capitalistas.
Tradicionalmente se piensa a la crítica literaria como algo suplementario o secundario a la literatura, su “sombra”, por decirlo de alguna manera. Pero la analogía (demasiado somera y quizás frívola para algunos) con el psicoanálisis invierte de cierta manera esta jerarquía. El texto no se conoce a si mismo; su sentido se da solamente en relación con un otro. Es la crítica literatura que hace revivir en el texto su efecto estético y su fuerza ideológica: el efecto estético es la transformación de la ideología en experiencia (como en el caso del arte religioso) o la quiebra de la ideología por una experiencia que no encaja en ella (arte vanguardista).
En el análisis, algo nuevo ha aparecido, que existe furtivamente entre el discurso o la simple presencia del analista y el discurso del paciente. La situación inicial del paciente es una de carencia. Tiene que suplir esa carencia por una autoridad (de interpretación, y de auto interpelación) que consigue a través de la practica analítica. En la inevitable intertextualidad literaria el autor construye su narrativa o su poema tomando o rechazando partes de otros textos o géneros; “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”, decía Lacan, y apuntaba a Joyce para ilustrar esto.
Si la lógica de transferencia es aplicable al campo de la crítica literaria, a la relación entre texto (o autor) y crítico, paradójicamente emerge momentáneamente por lo menos un sentido de que la crítica literaria es anterior y superior a la literatura. Es en esta paradoja donde reside la fuerza militante en un sentido político (la de “cambiar el mundo”) de la crítica literaria. ¿O es que su fuerza militante consiste solamente en describir o constatar, como fiel servidor, la fuerza militante ya desarrollada en el texto literario (Neruda es un poeta revolucionario; Gabriela Mistral nos hace sentir las intimidades de la experiencia femenina; etc.)? Pero entre fiel servidor y militante hay una contradicción de función, o una función contradictoria. Tanto la literatura como la crítica literaria funcionan para “extrañar”, como decían los formalistas rusos, el sentido común o rutinario que produce la ideología dominante. Pero la posibilidad de una experiencia que rompe con ese sentido común—la posibilidad de activar o desactivar la superestructura ideológica dominante--reside en la interactuación entre texto y lector, una interactuación posibilitada por la practica critica. Es decir, esa posibilidad no es propia ni del texto o artefacto cultural en si ni del lector. Requiere la aparición de algo inesperado, no visto antes, especialmente tomando en cuenta que el campo de la crítica literaria y la presencia del texto en el canon forman parte de la superestructura ideológica del modo de producción dominante, y de allí se relacionan más bien con la reproducción de la ideología de la clase dominante. La pregunta entonces parece ser ¿cómo hacer una crítica del campo y la práctica de la crítica literaria como elementos de la ideología dominante desde la posición misma de permanecer en el campo y ejercer esa práctica? Para desarrollar su capacidad militante, la crítica misma requiere su propio extrañamiento o ostranenie.
Apuntes sobre crítica literaria
(Fragmentos de una aproximación)
Por John Beverley / Publicado en Agosto, 2023
ENSAYO