ISSN 2767-1844
FACEBOOK         /         INSTAGRAM         /         TWITTER

INICIO      ENSAYOS      ENTREVISTAS      RESEÑAS      POESÍA & FICCIÓN      COLUMNAS      COLABORADORES      CONTACTO      EDITORES


ENSAYO

El caballo de Apollinaire
Por Rodrigo Blanco Calderón    / Publicado en Marzo, 2021

OCTUBRE DE 2019: CRISTINA MORALES fue galardonada con el Premio Nacional de Narrativa que otorga el gobierno español, por Lectura fácil, novela que ya había obtenido el premio Herralde en 2018. La autora se encontraba en La Habana, desde donde afirmó que era una alegría que en ese momento en Barcelona hubiera fuego en lugar de tiendas abiertas.    

Noviembre de 2019: durante la entrega de los premios Grammy Latinos, la cantante chilena Mon Laferte fue noticia al mostrar los senos y usar su pecho desnudo para transmitir un mensaje de protesta. Su país, a tono con el «calentamiento global», también atravesaba un periodo de fuerte conmoción social. Al ser entrevistada por Patricia Janiot, la cantante dijo que no aprobaba ningún tipo de violencia aunque estaba dispuesta a quemar un supermercado si eso ayudaba a la protesta.    

Diciembre de 2019: en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, me tocó compartir mesa con una inteligente y amable joven escritora chilena, Arelis Uribe, a quien no conocía. Uribe es militante feminista, de izquierda, y autora de varios libros entre los que se incluye una obra que de inmediato me llamó la atención por su título: Que explote todo. Se trata de una recopilación de artículos que Uribe ha publicado en diversos medios impresos y digitales.       


ESTOS TRES MOMENTOS SEÑALAN la coincidencia de una misma metáfora como vía expedita para regenerar el mundo: la del fuego purificador. Y también refuerzan una implicación que escapa de lo meramente simbólico (aunque los símbolos nunca son superfluos: son flor y raíz: palabra y acto): la antorcha revolucionaria pasa de una mano a otra haciendo del feminismo y el anticapitalismo las dos caras de una misma lucha. O, lo que quizás sea más exacto, concibiendo al feminismo como una yegua de Troya que busca implosionar las bases de las democracias representativas.

       

Que sean las mujeres quienes expresen esta virulencia incendiaria es el signo obvio, casi inevitable, de nuestra época. Son ellas (las más beligerantes) quienes lideran hoy el movimiento de transformación social de mayor impacto (al menos, desde el punto de vista comunicacional). Las voces más audibles de este movimiento insisten en concebirlo como un proceso revolucionario que busca no solo la final reivindicación de unos derechos (los de las mujeres) ignorados a lo largo de la historia, sino el rediseño total de las relaciones humanas. Eso que Manuel Arias Maldonado describe como un nuevo contrato sexual y como la primera guerra cultural global. Y tiene sentido que sea desde el área de la creación artística, donde se transforman a voluntad los símbolos espontáneos de la tribu, que se quiera que el elemento constitutivo de la especie humana, el fuego, cambie de manos.       


PENSANDO EN LOS DESTINOS de Clytemnestra, Antígona, Cleopatra, Lady Macbeth, Desdémona, Ana Karenina, Emma Bovary y tantas otras, Viriginia Woolf llegaba a la conclusión, en Un cuarto propio, de que «las mujeres han ardido como faros en la obra de todos los poetas desde el principio del tiempo». Se trataba de un protagonismo ilusorio, o solo literario, pues en la historia real y cotidiana, dice Woolf citando a Trevelyan, a la mujer bastaba con encerrarla bajo llave, castigarla o tirarla por el suelo. Esta ausencia femenina del campo de batalla, al ser trastocada por la nueva ola de feminismo de nuestros días, provoca un desplazamiento de las representaciones. Cansadas de ser faros que arden, las mujeres parecen dispuestas a ser ahora quienes arriman la pavesa para que sus antiguos sojuzgadores (o sus sucedáneos sistemáticos, como el capitalismo) sean los que se consuman en el fuego.       


SI ESTO FUERA ASÍ, si el programa expresado por las voces cantantes del feminismo actual fuera tan prístino y legítimo como una venganza, nos acercaríamos más a la posibilidad de una solución del conflicto (instauración de un matriarcado o un acuerdo entre las partes). Sin embargo, la venganza queda relegada como un motivo inconsciente, innoble, preverbal, y deja su lugar al más políticamente correcto y conocido argumento de la igualdad. Con lo que además se justificaría la amplitud revolucionaria de esta lucha que quiere imponer un modelo único de convivencia. Pues no se trata solo de «empoderar» a las mujeres, en los términos positivos de una toma de conciencia de sus derechos y posibilidades, sino de regenerar a los hombres, en el sentido estalinista del término, quienes llevan en su sexo la marca del pecado original (pues también hay un nueva polarización del pecado). Esta animosidad es redirigida al capitalismo como abstracción del poder opresivo masculino y, como todo lo inconsciente, sale a flote en el lenguaje y en el uso de ciertas palabras e imágenes, como la del fuego purificador. Imagen que ha sido formulada con anterioridad, de forma casi idéntica, por algunos de los «compañeros de viaje» más sanguinarios de la historia del siglo XX, como Lenin o Mao Tse-Tung.       


“DE LA CHISPA NACERÁ la llama”, es el lema que da nombre a Iskra [La Chispa], el periódico clandestino que hacia 1900 Lenin crea para difundir su programa político subversivo. Un programa cuyo éxito radicaba en el aprovechamiento de oportunidades históricas determinadas para el advenimiento de la Revolución. No como maceración de las circunstancias ideales sino como aceleración de las mismas por la pura fuerza del acto revolucionario: el chispazo inicial del inevitable incendio.        


EN UNA CARTA DEL 5 de enero de 1930, titulada «Una sola chispa puede incendiar la pradera», Mao Tse-Tung coincide con Lenin en su apreciación del instinto revolucionario como un acelerador de partículas históricas (la imagen es mía). Lo cual nos llevaría a pensar, en un primer momento, que la insistencia en la imagen del fuego dentro de cierto feminismo contemporáneo al final solo buscaría repetir a Lenin, para citar el libro de Zizek. Solo que a diferencia de lo planteado por Zizek, no se trataría de una revaloración argumentada (aunque muy debatible) del líder bolchevique y la aplicación de parte de su ideario en un contexto esencialmente distinto (como esos manuales empresariales basados en las enseñanzas de los jesuitas del Paraguay, por ejemplo), sino en la repetición mecánica de sus aspectos más brutales. Al menos, en el discurso (pero desde La Habana o desde la alfombra roja de los Grammy).       


«SOULÈVE-TOI, MONDE. VOYEZ COMME cette terre est sèche, et bonne pour toutes les incendies», decía Louis Aragon en una conferencia dictada en Madrid el 18 de abril de 1925. Se trata de un discurso de presentación del surrealismo al público español en el que Aragon, como vocero de los surrealistas, se declara enemigo de Europa. Al menos de la Europa que ellos representan en ese momento, y le tienden la mano al enemigo «oriental», al mundo árabe, para invocar el terror. ¿De dónde proviene tanta virulencia? ¿Cómo unos estetas tan sensibles al reino de la imagen podían albergar semejantes afanes de destrucción? En el caso de los surrealistas, la experiencia traumática de la Gran Guerra, en la que varios de ellos participaron, supuso el cruce definitivo de la frontera que separaba el ancien régime de lo rural (casi idéntico a sí mismo desde el principio del tiempo) del frenético mundo moderno, en el que la tecnología hizo su entrada ya no como instrumento de progreso sino de aniquilación. Experiencia que se agudiza en los años inmediatamente posteriores al final de la Primera Guerra Mundial con la Guerra del Rif, que unió a los gobiernos de Francia y España para someter la rebelión independentista marroquí encabezada por el líder rifeño Abd-el-Krim. La guerra del Rif, por el modo en que cohesionó a las vanguardias y a los jóvenes en oposición a las políticas colonialistas de Francia y España, fue un antecedente de lo que la guerra de Vietnam significó para los jóvenes de los años 60. Y no es descabellado ver en Abd-el-Krim y la fascinación que Breton y Aragon sentían por él, un antecedente (más recatado, eso sí) del embeleso de Sartre y de los intelectuales del boulevard Saint-Germain por el Che Guevara.       


“EL ACTO SURREALISTA MÁS SIMPLE consiste en bajar a la calle, revólver en mano, y disparar al azar, tanto como sea posible, a la multitud”. André Breton. Segundo Manifiesto del Surrealismo.     


AL IGUAL QUE LA DEMOCRACIA, la ficción es un concepto que se suele dar por sentado. Es el momento de mayor estabilidad y de mayor fragilidad de ambos sistemas. Sus enemigos son los mismos: la demagogia, el moralismo, la censura. Y quienes los dan por sentado son la misma gente que pertenece al mundo literario, la que sirve (o debería servir) de enlace entre la política y la imaginación: los intelectuales. Es la cíclica vocación de alacrán acorralado por el fuego de las frustraciones y las neurosis: la ilustración cansada de sí misma. Lo cual sería un problema menor, casi parroquial, si no tuviera efectos en el «mundo real». Si no expresara una fisura espiritual en el seno de eso que llamamos «realidad».         


SEGÚN CIFRAS OFICIALES, dice David Thomson, a comienzos del año 2014 más de setecientos jóvenes franceses habían viajado a Siria para incorporarse a la Yihad. Thomson ha escrito un par de libros al respecto que son canónicos: Les français jihadistes (2014) y Les revenantes (2017). Tan canónicos que, a día de hoy, Thomson se encuentra exiliado en Estados Unidos por las amenazas recibidas en Francia al haber revelado la infiltración de la Yihad en la sociedad francesa, sobre todo entre los jóvenes, a través de Youtube, Facebook y otras redes sociales. En un sentido, los ataques terroristas en París en el 2015, tanto a la redacción de la revista Charlie Hebdo el 7 de enero, como los ataques a Le Bataclan, el “Stade de France” y varios cafés parisinos, el 13 de noviembre, son la consecuencia lógica de aquellos deseos que expresaron los surrealistas franceses en la segunda mitad de los años 20 del siglo XX.       


PERO, ESCANDALIZARSE, ¿no es caer en la más obvia de las trampas de las vanguardias? En el mismo Segundo manifiesto, Breton se anticipa y recuerda lo absurdo que sería darle al surrealismo un sentido únicamente destructivo o constructivo, cuando en realidad se trataría de encontrar el famoso puente entre la realidad y el sueño, entre el marxismo y el psicoanálisis: “le point dont il est question est à fortiori celui où la construction ou la destruction cessent de pouvoir être brandies l’une contre l’autre”. En el caso de Breton y Aragon, hay que reconocerlo, esa búsqueda no solo fue auténtica sino lograda con absoluta maestría. Allí están Le paysan de Paris (1926) y Nadja (1928), dos discretas y eternas catedrales que no podrán ser destruidas por ningún ejército, por ningún incendio.       


AL TERMINAR DE LEER Una leve exageración, parece evidente que la gran pasión de Adam Zagajewski es la música. Quiero decir, que si le hubieran dado a escoger su destino hubiera preferido el de músico al de escritor. ¿O hubiera escogido el de escritor precisamente porque es la forma más confortable de apreciar la música? De ser así, lo mismo cabría pensar que sucede en el corazón de cada persona que decide ser lector en lugar de escritor. Solo que el lector puro, si es que eso existe, no deja huellas. Si acaso algunas notas en los márgenes de un libro y una serie de frases subrayadas, que suelen ser indescifrables para un tercero. A veces para la misma persona que subrayó un pasaje cualquiera y que después de un tiempo no entiende por qué lo hizo.          


ESTE POEMA DE ZAGAJEWSKI, de su libro Asimetría, traducido por Xavier Farré:     


MARTÍN PESCADOR   

As kingfishers catch fire… 

G. M. Hopkins   


Vi cómo un martín pescador, en su vuelo sobre la 
superficie del mar, 
un vuelo sencillo como la vida de Euclides, sencillo e 
impetuoso, 
de repente estallaba en una plenitud de colores, vi cómo el 
salvaje fuego  
del mundo recubría sus alas, pero no mataba, antes bien 
inducía  a que aquel proyectil irisado alcanzara seguro  
la orilla rocosa, el nido allí escondido; 
resulta que las llamas también pueden ser 
refugio, una casa donde arden 
los pensamientos pero no son destruidos, 
una prisión que nos libera de la indiferencia, 
de la apática observación de una tarde ociosa, 
un potente oxímoron, 
a veces también un poema, 
casi un soneto.          


INTERESADO EN SU TESTIMONIO como uno de los últimos polacos emigrados durante la Segunda Guerra Mundial aún vivos, un periodista entrevista al padre de Adam Zagajewski y le lee un pasaje del libro Dos ciudades, donde su hijo habla del destierro. Y es entonces cuando el padre ingeniero matiza la escritura del hijo y dice que es «una leve exageración».        


«UNA LEVE EXAGERACIÓN», eso es lo que los ingenieros piensan de la poesía (…) de hecho, es una buena definición de la poesía», dice Zagajewski. De allí toma el título para su libro de anotaciones donde registra la anécdota que da origen al poema «Martín pescador», recogido dos años después en el poemario Asimetría. La anécdota dice así: «Hace dos años, estuve bañándome en la costa sur de Creta. Nadaba en la pequeña cala, al pie de una ladera muy empinada. Era tarde. Todavía hacía calor, pero las sombras se iban alargando poco a poco, como si emergieran del mar. De repente, un martín pescador pasó volando a ras de agua. Volaba deprisa, en línea recta, emitiendo un resplandor rojo y azul. Desapareció en un lugar de la costa, pero al cabo de un largo rato regresó a su nido colocado en lo alto de una roca solitaria trazando una línea igualmente recta. El auténtico amo de la cala era él, y no las cabezas algo cómicas de los nadadores que se balanceaban en el agua de color azul oscuro.»        


Al comparar los dos textos, parece evidente que lo poético aquí es algo más que una leve exageración. De la anotación original, que podemos usar como la experiencia base del posterior poema, entresacamos que el martín pescador, simplemente, «volaba deprisa, en línea recta, emitiendo un resplandor rojo y azul». En el poema, sin embargo, la paleta del recuerdo se ha intensificado y variado al máximo: se nos habla de una «plenitud de colores». Y el martín pescador se transforma en un «proyectil irisado», cuyas alas están recubiertas «por el salvaje fuego del mundo». La comparación es maravillosa porque permite medir, como en pocas ocasiones, la intensidad poética. O la poesía como intensidad: una corriente, inseparable de cierta tonalidad del lenguaje, que aumenta los colores y el pixelaje de la experiencia. Y que además propone una ética del arrebato lírico: «las llamas también pueden ser un refugio». El poeta no es solo aquel que domina el fuego sino quien además lo transforma en hogar de lo perecedero. Es el artífice del milagro de esconder un pájaro dentro de una jaula ardiente para protegerlo. Poco después de contar la anécdota de la entrevista que le hicieron a su padre, Zagajewski precisa la complejidad de esta definición de la poesía: «Siempre tenemos que aumentar o disminuir lo que observamos, lo que nos sucede, lo que nos hiere o nos produce alegría. ¡Qué difícil resulta encontrar el lugar intermedio entre la hipérbole y la lítote donde se sitúa nuestra experiencia!». El martín pescador del poema, en su vuelo, atraviesa el espacio extendido entre estas dos posibilidades. Primero, como vimos, de la lítote intrínseca a la experiencia a la hipérbole del recuerdo transformado en poema. Pero dentro del poema, justo en su mitad, en la cima del entusiasmo, el poeta suspende la intensidad de las imágenes para dotarlas de un sentido que va más allá de lo estético. O que revela lo estético como la puerta de entrada a una disposición de espíritu que nos permite liberarnos de la indiferencia y de la apatía. El poema se sitúa como eje de una visión que comienza en la experiencia y en la prosa, con el reconocimiento del martín pescador como «auténtico dueño de la cala» y del poeta como uno más de una especie extraña e indistinta. Es decir, a partir de un desdoblamiento del yo en el otro, un otro animal, la forma radical de la ética. La visión se enardece con el lenguaje poético. Es una temperatura que transforma el recuerdo en iluminación. Para luego, dentro del mismo eje que representa el poema, atenuar de nuevo el ardor de la visión para volver a una contemplación más serena y comunicable. El eje exaltado se disuelve, se asume como el otro extremo donde se recoge la experiencia como un agua que ha cumplido su ciclo.       


ENCUENTRO EN UN POEMA del libro Mano invisible (2009) este otro verso de Zagajewski: «En negros muros, débilmente, arden claros/ pensamientos». Que recuerda o prefigura el verso sobre las llamas («una casa donde arden los pensamientos pero no son destruidos»). El poema se titula «Vita Contemplativa» y es anterior a la experiencia de Zagajewski en la costa de Creta con el martín pescador. La poesía plantea el mismo problema, irresuelto, que ocupaban a los psiquiatras del siglo XIX con respecto al origen de la locura: ¿es endógena o proviene de una fuente externa? ¿Es el vuelo del martín pescador poético en sí mismo o es una añadidura del poeta? Pareciera ser un poco de ambas cosas. Si la poesía es una exageración, debe existir algo con respecto a lo cual se exagera. Y esta medida no es otra que la naturaleza, en el sentido aristotélico de la palabra. Ese punto medio, anclado en el ser humano, que a veces lo lleva a hacer que las cosas (o los personajes) luzcan mejor de lo que en realidad son (tragedia) o peores de lo que en realidad son (comedia).       


SOBRE ESTE PUNTO MEDIO, en realidad, Zagajewski se apoya más en la noción platónica de metaxú, que significa un «estar ‘entre’, entre nuestra tierra, nuestro entorno harto conocido (así lo creemos), concreto y material, y la trascendencia, el misterio. El metaxú define la situación del hombre como la de un ser que irremediablemente está ‘a medio camino’» (En defensa del fervor). Ese «estar a medio camino» pareciera, en Zagajewski, una posición que el poeta arrastra consigo, más que un lugar concreto en el espacio o el tiempo. Es esa función de pararrayos entre los dioses y los hombres que Heidegger atribuyó a la locura poética de Hölderlin. Lo cual tiene sentido al recordar que uno de los rasgos más interesantes de la poética de Zagajewski es su defensa del antiguo, hoy desacreditado, mito de la inspiración divina, recuperado para la conciencia moderna por los románticos. Lo que a su vez conduce a recordar las cuatro categorías platónicas sobre la locura divina, entre las cuales estaba la «locura poética».         


EN EL POEMA «SILUETAS», uno de los últimos del libro Mano invisible, encuentro este otro verso: «Un martín pescador apareció como un actor de Hollywood». Es una caracterización francamente extraña. Busco (en una pausa invisible) la imagen en Google. En efecto, se trata de un pájaro coqueto, de una belleza exuberante con un punto de picardía. Parece un pingüino con alas, en miniatura y con los colores saturados. El cuerpo dorado y las alas azules semejan un smoking que le da al martín pescador un aire de excéntrico apostador de Las Vegas. No obstante, lo que llama la atención del poema es su primer verso: «De repente tembló el portillo del recuerdo y vi un carro». El poema irrumpe como una evocación que no puede ser contenida. El martín pescador aparece entonces no solo como parte del contenido de la memoria sino como su animal emblema, la imagen que resume la memoria recuperada y transformada por la palabra poética. En un poema titulado «Concha», incluido en Tierra de fuego, un libro del año 1997, Zagajewski ya anticipaba la misma ecuación sugerente que une la memoria, el fuego y las sombras: «El tiempo arrebata la vida,/ y devuelve memoria dorada, por las llamas/ y negra por las ascuas».       


EXISTE LA TENTACIÓN de remontarse a los textos más tempranos de Zagajewski para rastrear al martín pescador original. Sea en los versos o en la memoria. Es una pretensión vana si acatamos el llamado de las imágenes que el poeta nos plantea: el poema es una totalidad por la fuerza de una evocación que nace y se acaba en el propio poema. Esta circularidad le otorga todas sus propiedades. La da la vitalidad necesaria para mantener vivas sus imágenes. Las dota de un calor que durará tanto como dure la lengua en que fueron concebidas. E iluminará al lector, quien podrá no solo comprender algo de su propia condición humana, sino que además, con leerlo o memorizarlo o al incorporarlo a su banco de imágenes, en ese reducto donde las denominaciones de origen pierden sentido, podrá pasar a otros esa pequeña llama que calienta y no quema. Que arde y no destruye.       


COMO EN LA ALQUIMIA, en la poesía la materia originaria y la materia final se funden en un acto que es la verdadera búsqueda, el oro secreto que anhelan los demiurgos: la transformación. O, como diría Breton en esa frase que acompaña su lápida en el cementerio de Batignolles, «l’or du temps”.       


A veces, el crisol donde se opera la transformación es el propio cuerpo, la propia vida, del poeta. En este sentido, es importante la lectura que hace Zagajewski de un poema de Guillaume Apollinaire. Zagajewski lee el poema «La linda pelirroja» a la luz menguante de la propia vida del poeta, quien murió el 9 de noviembre de 1918. Apollinaire, nos recuerda Zagajewski, no sobrevivió a la gripe española. Arrastraba una salud precaria producto de una grave herida recibida en el frente de batalla durante la Primera Guerra Mundial. A diferencia de Breton y Aragon, que tuvieron una participación tímida como médicos en un hospital psiquiátrico, Apollinaire, como el mismo Jacques Vaché, conoció de primera mano los horrores de la guerra. De allí el tono conciliador del poema que tanto gusta a Zagajewski. Cito en extenso su comentario pues resulta iluminador para lo que quiero transmitir. Y pueden servir como epílogo de estas notas:    


«Este poema, de difícil interpretación, es simplemente extraordinario: he aquí un poeta de vanguardia que pide perdón, clama misericordia, a pesar de que el tono fundamental de los vanguardistas es la arrogancia. En este poema concreto, Apolinaire –desgarrado entre la tradición y la modernidad, gran conocedor y amante de la poesía antigua, pero también partidario de las novedades, del rejuvenecimiento de la expresión artística, y un creador avezado al otrora famoso debate entre los antiguos y los modernos– se posiciona en el centro mismo del universo, en un cruce de caminos. Se trata de uno de sus poemas tardíos; el poeta había sido malherido en la frente (habla de ello en el renglón que menciona la trepanación del cráneo) y no le queda mucha vida por delante. ¿Qué significa estar en el centro del universo, entre lo arcaico y lo moderno? Tal vez signifique que quien haya experimentado el verdadero sufrimiento nunca será capaz de abrazar totalmente en serio las consignas de los artistas más jóvenes y ambiciosos. Quien está a caballo entre la vida y la muerte no confía en programas ni manifiestos». 

Adam Zagajewski. Fotografía de Elzbieta Lempp.
Guillaume Apollinaire
Iskra, La Chispa, el diario de Lenin.

     INICIO      ENSAYOS      ENTREVISTAS      RESEÑAS      POESÍA & FICCIÓN      COLUMNAS      COLABORADORES      CONTACTO      DIRECTOR     

Cristina Morales, Mon Laferte, libro de Arelis Uribe, Que explote todo. Imagenes: Anagrama; Joe Buglewicz, Getty Images; Los libros de la mujer rota.
Primera edición de Un cuarto propio, de Virginia Woolf.
Todos los textos son propiedad intelectual de sus autores. / El website es propiedad intelectual de La Vaca Profana & Gustavo Faverón Patriau. / La Vaca Profana es un mamífero imaginario sin fines de lucro.

Contacto

"Al igual que la democracia, la ficción es un concepto que se suele dar por sentado. Es el momento de mayor estabilidad y de mayor fragilidad de ambos sistemas. Sus enemigos son los mismos: la demagogia, el moralismo, la censura".